7 de abril de 2008

Mi amigo Bush


Aquel día mi amigo Bush se levantó optimista e inspirado. Cuando se puso a los mandos del automóvil decidió que era preferible salir del carril de "solo Bush" para ir por donde todo el mundo. Luego departió amigablemente con su nuevo interlocutor el Sr Dimitre (Dimitre, no Dimite) un señor que acababa de asumir el mando en Rusia, cuando al salir los periodistas se interesaron por el lance:

"Será una persona que me dirá francamente lo que piensa. A menudo ocurre que uno mira a los ojos de una persona y ésta no dice lo que piensa. Pero juzgando por lo que dice, dice lo que piensa y para mi este es el único método para encontrar el acuerdo, porque así se resuelven las discusiones".

Caramba ¿Quien dijo que este muchacho era poco profundo?.

Yo quedé sumido en sesudas reflexiones y luego de un rato me dirigí a mi esposa, que estaba haciendo cosas prácticas y le espeté sin anestesia la frase anterior. Tras un momento inicial de sorpresa cogió dulcemente mi cabeza con sus manos y aproximó la nariz a mis fauces, gesto que antaño hacía para comprobar si había bebido. Y acariciándome la frente me susurró al oído: no te preocupes, la comida estará pronto.

Cuando llegó mi hija Nancy le supliqué que me dejara mirarle a los ojos al tiempo que debía decirme lo que pensaba. Tras dudar unos segundos me espetó: no, papi, no puedo decírtelo, no puedes obligarme a decir cosas tan ofensivas a alguien al que adoro, no me gustan nada esos amigos con los que vas últimamente, cuando mañana salga de mi despacho me acercaré al Hogar para hablar con la asistente social. "Sabes que quiero lo mejor para tí, has hecho mucho por nosotros y mereces que nos preocupemos por ti".

En un último intento, creo que ya un poco a la desesperada, cuando mi hijo Héctor entraba en casa, le pedí que me mirara a los ojos y me dijera al mismo tiempo lo que no pensaba: así lo hizo entre sorprendido e irritado y al cabo de un rato durante el que dijo varias insensateces con la mirada fija en mis pupilas me confesó que hasta aquel momento no había caído en lo nítido que se podía ver mi occipital por dentro a través de mi mirada. Creía que era un extraño fenómeno que solo le había ocurrido a un tal Reagan, en América.

Desde entonces he dejado de leer la prensa, lo que va mal para la memoria aunque bien para el sosiego.