5 de abril de 2008

Sobre los conflictos



Para Clausevitz, el odio, el cálculo y la inteligencia eran un conjunto de elementos inseparables que estaban en el suelo y estructura de toda guerra; Von Clausevitz, el prusiano derrotado por las tropas napoleónicas pero que contempló su retirada de Moscú, el mismo que aseguraba -y demostraba- que la guerra es la continuación de la política por otros medios.
La emoción, la táctica y la estrategia, y sus correspondientes reflejos: la pasión, el juego, la política. Es difícil no quedar arrebatado por sus argumentaciones, porque los tres están implicados en cualquier conflicto.
Ignora el primero y lucharás solo, ignora el segundo y serás derrotado, ignora el tercero y se producirá un tonto baño de sangre.
Creo que Estados Unidos ha olvidado lo primero y lo tercero por eso pierden las guerras pero venden armas y cemento.
¿O es que sus guerras son precisamente para eso?

Ensoñaciones



Hasta donde le llegaba la memoria, se había dejado seducir más por los instrumentos que permiten reconocer la realidad que por la realidad misma, de manera que le interesaba más la cámara oscura que la imagen impresa en el papel, el telescopio que la luna, el programa informático que el objetivo del programa. Así que entretenía gran parte de su tiempo admirado por los trucos que la naturaleza utiliza para mostrarse esquiva al tiempo que lanza insinuaciones para ser poseída.

Había adquirido una cierta pericia en descubrir un buen vino por la manera como lo paladea un catador. Un buen vino lo es si provoca en el que lo bebe el disfrute pausado y la delectación sensorial. Será un vino “errado” si el bebedor muestra la afectación del entendido “sobrevenido” tras el último cursillo sobre “como beber en sociedad y no parecer un cateto”. Las cualidades de las cosas se desplazan sobre el individuo que las experimenta y éste manda señales ciertas acerca de su valor.


Los artículos científicos tienen valor en la medida que inducen a ser leídos porque el “valor” hoy está íntimamente vinculado a lo que los demás entienden como tal. Una estupidez es altamente valiosa si se alcanza el quorum suficiente de estúpidos que la consideren así. Se habla así de un “índice de impacto”, que es algo parecido a “la compulsión inducida por un artículo para que un número no determinado de sujetos se azoten con él la cabeza en público”.


No eches en saco roto lo que te digo, amigo mío, porque sobre ello descansa en buena media la actividad científica de nuestros días.

4 de abril de 2008

Alex y Heisenberg

Estaba mucho mejor preparado para los fracasos discretos que para los éxitos abrumadores; sabía, como Tiresias, que detrás de una concesión de los dioses se gesta una maldición que llega desde el otro lado del Olimpo. Por eso, cuando la fortuna le sonreía y premiaba con el cadufeo de la gloria se aprestaba a simular con él un bordón sobre el que se apoyaba levemente al caminar. Buscaba la sorpresa en los comportamientos ajenos al tiempo que se protegía de ellos. Diseccionaba su entorno empujado por la pasión escoptofílica y armado del escalpelo con el que separaba minuciosamente la realidad de su sombra.
Como Heisenberg, había descubierto desde tiempo atrás que no se puede tener simultáneamente una cabal noticia de los fenómenos y del movimiento de los mismos. Se limitaba a dibujar la realidad en su momento inicial y en el postrero. Luego, paseando una mirada sobre sus discípulos, les invitaba a construir las etapas intermedias y percibía el vértigo de sus jóvenes auditores.
Acostumbramos a asociar la juventud al movimiento y es una apreciación imprecisa. La juventud está seducida por el impacto, pero rehuye el estudio de la transición de un estado a otro. La prisa y la velocidad ocultan así el desprecio, o tal vez el miedo, por la comprensión del tránsito... A quien interesa la velocidad no necesita llegar a ningún sitio. El movimiento y la nitidez son inmiscibles.

El viejo maestro sacudía la cabeza cuando el azoramiento era ya evidente. Sus tiernos interlocutores pedían insistentemente certezas que se aprestaban a disfrazar de "método".
Esa defensa frente a la insoportabilidad del movimiento se produce también en las dos esferas que más han llenado de sangre las celdillas de toda la historia conocida: las religiones y las patrias. Los hombres (y las mujeres) se precipitan en la religión escapando de la espiritualidad, y se arrojan a la patria porque temen la ciudadanía. Por la religión y la patria se mata y se muere. Por la espiritualidad y la ciudadanía se comprende y, en consecuencia, se excusa.

El viejo Alexis lo sabía, por ello siempre acababa su discurso mintiendo indulgente y cantando loas con nulo convencimiento al dios benevolente que nos protegía del "principio de indeterminación". Al fin y al cabo era quien le pagaba cada mes por sus clases cotidianas. A su amigo Heisenberg le había pasado lo mismo.