17 de abril de 2011

Ensoñaciones

Algunas personas dedican la mayor parte de su tiempo a especular sobre la mejor manera de actuar los demás. Las otras tratan de adaptarse.

22 de febrero de 2009

El Salvador



Dedicaba gran parte de su tiempo a exhortar a los demás sobre lo que habría de hacerse; le gustaba acariciar la superficie buscando las irregularidades y no cejaba hasta su desaparición, de manera que una pequeña astilla en el borde de la mesa podía devenir en pura leña de tablero. Un molesto padrastro, sobre todo si era ajeno, podría ser el cabo con el que comenzar a amortajar a su pupilo. Era de un perfeccionismo sin límites, gustaba de la tarea bien hecha a la medida de su orden y cuando la realidad no se ajustaba al mismo la trataba de usted (a la realidad), señal inequívoca de un próximo asalto (a la realidad).
Después de un tiempo breve de ustear, un día se despertó sorprendido de que aún no le hubieran llamado para salvar a la patria, por lo que se aprestó a reclamar ese derecho. Enardecido por la inmensidad de la tarea (cabe hacer notar que en la dificultad se crecía) constituyó una falange, al estilo de las antiguas falanges hoplitas, de la que solo existían algunas diferencias: las griegas se autoabastecian y a las suyas las armaba la patria. Tampoco pudo llegar al mínimo de ocho en fondo propio de aquella táctica de lucha.
Como entonces, el que se salía de la fila arriesgaba su vida por los costados y permitía la penetración en el grueso de guerreros, por lo que al que se atrevía a hacer de héroe solitario se le segaba la vida desde su propia retaguardia, antes de cerrar el vano de penetración.
Luego enarboló un pendón para enfilar el camino de la decepción del mundo.
Él ya lo sospechaba pero nunca había supuesto que el mundo fuera tan ciego como para no saber agradecérselo. No se había dado cuenta que la desproporción de su tarea no podía ser pagada con favores, y los honores tienen un tiempo corto de caducidad.

20 de febrero de 2009

Barsauma



No era la primera vez que llovían proyectiles del cielo.
El viejo abad no había cumplido los cuarenta y cinco pero ya los surcos de su rostro revelaban el intenso sufrimiento que le producía la excitación de sus monjes. Su cabello encaneció completamente cuando solamente doce años atrás (a la sazón el año 437) había contemplado el baño de sangre azuzado por su acólito más díscolo: Barsauma.

La retirada a las canteras del Golan no había impedido que su feroz Barsauma arrastrara a los imberbes novicios y arengaron a los cristianos de Cisjordania para plantarse en turbamulta a las puertas de Jerusalem.
Se celebraba el Sukkoth o fiesta de los Tabernáculos; viajeros y turistas invadían las campas de los alrededores de la Ciudad Santa.
Los hebreos gimoteaban en el Templo, pero también los buhoneros y mercachifles cristianos reducían existencias vendiendo reliquias de saldo. Todos los años liquidaban varios cargamentos de miembros desgarrados de la matanza de los Iinocentes de Herodes que astutamente había ido acumulando un testigo presencial; el pordiosero más inhábil reponía presuroso los moldes de las pisadas de Jesucristo en el Gólgota que había logrado enajenar durante la jornada. Aquel año hacía furor un cuadro de la Virgen pintado por el mismísimo Lucas (el evangelista). Y era casi una tradición regalar al ser amado una pluma de las alas del arcángel San Gabriel desprendida en el elegante aleteo que precedió al aviso de la gravidez de María, que coincidió con la de Isabel.

Los tolerantes edictos de la emperatriz Eudoxia para esas festividades resultaban ser una estimulante llamada a la revuelta de la carcundia más integrista del recién estrenado imperio confesional.
Solo tímidas protestas siguieron a aquel progrom contra los judíos.
Los cadáveres yacían en grupos y a pesar de la evidencia, nadie metió bulla salvo aquellos levantiscos energúmenos nestorianos que negaron su deleznable comportamiento y amenazaron con quemar a la mismísima emperatriz.
A grandes voces propalaban por toda la ciudad "LA CRUZ HA VENCIDO" y se regocijaban de que la ira de Dios se hubiera abatido de modo sorpresivo sobre esa nueva Babilonia.

El abad temía lo peor y le inquietaba una ausencia que duraba ya más de 7 días; debían estar lejos porque eran tiempos en los que la santidad enorme en los monasterios se medía por el intervalo trascurrido para que el agua llegara del odre al cuerpo.
De la santidad de Barsauma, que ya apuntaba maneras de Obispo, nadie dudaba y no había constancia olfatoria de su cercanía.

Nestorio (Patriarca de Constantinopla) y Cirilo (de Alejandría) estaban sedientos de poder y urdían tretas para hacerse con la hegemonía. Cirilo y su sucesor Dióscuro tenían aterrorizados a los Padres de la Iglesia con sus huestes de monjes malolientes.
Teodosio II les había convocado a todos en Éfeso por enésima vez, sin garantías de poder intervenir y con luengas prevenciones.

El abad Alex tenía, pues, buenas razones para estar preocupado en ese ambiente poco tranquilizador. Lo ocurrido allí dio materia para que un Papa León llamara a aquel "Concilium de Éfeso" el "Latrocinium de Ëfeso". Es decir, nada que ver con que si Cristo tenía una naturaleza solamente (monofisita) o si tenía dos (la divina y la humana)., que era el tema oficial.

Años despué Barsauma sería canonizado por la Iglesia Cristiana Siria.

Mi cuñado no estaba al tanto de algunos de estos detalles, pero a sus alumnos trataba de alejarlos de la ignorancia pronosticándoles un futuro de "Barsuma" (no le gustan los diptongos).
Y ¿quien es Barsuma?. ... Un monje ignorante y feroz, hijo mío, un monje ignorante y feroz...
Y el discípulo así se ponía a estudiar con redoblado ahínco.

A mi cuñado Jesús. Que fue profesor en Tordesillas

8 de febrero de 2009

Augurios de despegue

Cuando la indignación trepó rauda hasta ese punto en que la razón se difumina, estalló en sollozos estremecido. Luego siguió un silencio infinito al tiempo que se dejaba invadir por la calma que sigue a la derrota.
Napoleón decía que el vino es necesario, en la victoria para brindar y en el fracaso para sobrellevar. Esta vez no se supo lo que fue, y probablemente tampoco era fácil distinguir entre el "remate del desastre" y "la víspera de la expugnación"; como no fuera por la desproporción entre el agotamiento y la desesperanza.
Durante los últimos meses se había desarrollado una batalla sorda con estiletes embozados en las mangas que viajaban en la sombra buscando subrayar un vientre. A ello siguieron pronto los cuchillos jeribequeando y blandiendo amenazas unos con la insolencia pinturera del rufián y otros con la jactancia petulante del perdonavidas.
Cuando se vociferaba alentando a la refriega cayó un tremendo chaparrón que dió por terminado el cónclave. La Asamblea se disolvió y sus miembros se batieron en retirada.
Una semana entera estuvo lloviendo, pero los odios, que no la memoria, se fueron apaciguando en días sucesivos. De aquello quedó un muerto, dos heridos y un desaparecido.
Al fin ... el muerto respiraba, puesto que sollozaba.
(Basado en hechos reales)

18 de enero de 2009

La felonía

Le había jurado en privado fidelidad sin límites, por lo que supo en seguida que debía aprestarse para una deslealtad próxima.
Sabía que la traición solo puede ser respondida con la venganza o con el desistimiento: la primera requiere preparación y tiempo, lo segundo precisa determinación y cierta lucidez. Ni de lo uno ni de lo otro andaba sobrado por lo que no tuvo más remedio que hacer un esfuerzo por discriminar lo probable de lo solo posible, el dolor de la herida.
Episodios que fatalmente acechan en nuestro camino eran sobradamente conocidos por ya experimentados antes; así que se encasquetó el chambergo y se alejó cabizbajo por el bulevar de los Castaños.

7 de abril de 2008

Mi amigo Bush


Aquel día mi amigo Bush se levantó optimista e inspirado. Cuando se puso a los mandos del automóvil decidió que era preferible salir del carril de "solo Bush" para ir por donde todo el mundo. Luego departió amigablemente con su nuevo interlocutor el Sr Dimitre (Dimitre, no Dimite) un señor que acababa de asumir el mando en Rusia, cuando al salir los periodistas se interesaron por el lance:

"Será una persona que me dirá francamente lo que piensa. A menudo ocurre que uno mira a los ojos de una persona y ésta no dice lo que piensa. Pero juzgando por lo que dice, dice lo que piensa y para mi este es el único método para encontrar el acuerdo, porque así se resuelven las discusiones".

Caramba ¿Quien dijo que este muchacho era poco profundo?.

Yo quedé sumido en sesudas reflexiones y luego de un rato me dirigí a mi esposa, que estaba haciendo cosas prácticas y le espeté sin anestesia la frase anterior. Tras un momento inicial de sorpresa cogió dulcemente mi cabeza con sus manos y aproximó la nariz a mis fauces, gesto que antaño hacía para comprobar si había bebido. Y acariciándome la frente me susurró al oído: no te preocupes, la comida estará pronto.

Cuando llegó mi hija Nancy le supliqué que me dejara mirarle a los ojos al tiempo que debía decirme lo que pensaba. Tras dudar unos segundos me espetó: no, papi, no puedo decírtelo, no puedes obligarme a decir cosas tan ofensivas a alguien al que adoro, no me gustan nada esos amigos con los que vas últimamente, cuando mañana salga de mi despacho me acercaré al Hogar para hablar con la asistente social. "Sabes que quiero lo mejor para tí, has hecho mucho por nosotros y mereces que nos preocupemos por ti".

En un último intento, creo que ya un poco a la desesperada, cuando mi hijo Héctor entraba en casa, le pedí que me mirara a los ojos y me dijera al mismo tiempo lo que no pensaba: así lo hizo entre sorprendido e irritado y al cabo de un rato durante el que dijo varias insensateces con la mirada fija en mis pupilas me confesó que hasta aquel momento no había caído en lo nítido que se podía ver mi occipital por dentro a través de mi mirada. Creía que era un extraño fenómeno que solo le había ocurrido a un tal Reagan, en América.

Desde entonces he dejado de leer la prensa, lo que va mal para la memoria aunque bien para el sosiego.

5 de abril de 2008

Sobre los conflictos



Para Clausevitz, el odio, el cálculo y la inteligencia eran un conjunto de elementos inseparables que estaban en el suelo y estructura de toda guerra; Von Clausevitz, el prusiano derrotado por las tropas napoleónicas pero que contempló su retirada de Moscú, el mismo que aseguraba -y demostraba- que la guerra es la continuación de la política por otros medios.
La emoción, la táctica y la estrategia, y sus correspondientes reflejos: la pasión, el juego, la política. Es difícil no quedar arrebatado por sus argumentaciones, porque los tres están implicados en cualquier conflicto.
Ignora el primero y lucharás solo, ignora el segundo y serás derrotado, ignora el tercero y se producirá un tonto baño de sangre.
Creo que Estados Unidos ha olvidado lo primero y lo tercero por eso pierden las guerras pero venden armas y cemento.
¿O es que sus guerras son precisamente para eso?

Ensoñaciones



Hasta donde le llegaba la memoria, se había dejado seducir más por los instrumentos que permiten reconocer la realidad que por la realidad misma, de manera que le interesaba más la cámara oscura que la imagen impresa en el papel, el telescopio que la luna, el programa informático que el objetivo del programa. Así que entretenía gran parte de su tiempo admirado por los trucos que la naturaleza utiliza para mostrarse esquiva al tiempo que lanza insinuaciones para ser poseída.

Había adquirido una cierta pericia en descubrir un buen vino por la manera como lo paladea un catador. Un buen vino lo es si provoca en el que lo bebe el disfrute pausado y la delectación sensorial. Será un vino “errado” si el bebedor muestra la afectación del entendido “sobrevenido” tras el último cursillo sobre “como beber en sociedad y no parecer un cateto”. Las cualidades de las cosas se desplazan sobre el individuo que las experimenta y éste manda señales ciertas acerca de su valor.


Los artículos científicos tienen valor en la medida que inducen a ser leídos porque el “valor” hoy está íntimamente vinculado a lo que los demás entienden como tal. Una estupidez es altamente valiosa si se alcanza el quorum suficiente de estúpidos que la consideren así. Se habla así de un “índice de impacto”, que es algo parecido a “la compulsión inducida por un artículo para que un número no determinado de sujetos se azoten con él la cabeza en público”.


No eches en saco roto lo que te digo, amigo mío, porque sobre ello descansa en buena media la actividad científica de nuestros días.