20 de febrero de 2009

Barsauma



No era la primera vez que llovían proyectiles del cielo.
El viejo abad no había cumplido los cuarenta y cinco pero ya los surcos de su rostro revelaban el intenso sufrimiento que le producía la excitación de sus monjes. Su cabello encaneció completamente cuando solamente doce años atrás (a la sazón el año 437) había contemplado el baño de sangre azuzado por su acólito más díscolo: Barsauma.

La retirada a las canteras del Golan no había impedido que su feroz Barsauma arrastrara a los imberbes novicios y arengaron a los cristianos de Cisjordania para plantarse en turbamulta a las puertas de Jerusalem.
Se celebraba el Sukkoth o fiesta de los Tabernáculos; viajeros y turistas invadían las campas de los alrededores de la Ciudad Santa.
Los hebreos gimoteaban en el Templo, pero también los buhoneros y mercachifles cristianos reducían existencias vendiendo reliquias de saldo. Todos los años liquidaban varios cargamentos de miembros desgarrados de la matanza de los Iinocentes de Herodes que astutamente había ido acumulando un testigo presencial; el pordiosero más inhábil reponía presuroso los moldes de las pisadas de Jesucristo en el Gólgota que había logrado enajenar durante la jornada. Aquel año hacía furor un cuadro de la Virgen pintado por el mismísimo Lucas (el evangelista). Y era casi una tradición regalar al ser amado una pluma de las alas del arcángel San Gabriel desprendida en el elegante aleteo que precedió al aviso de la gravidez de María, que coincidió con la de Isabel.

Los tolerantes edictos de la emperatriz Eudoxia para esas festividades resultaban ser una estimulante llamada a la revuelta de la carcundia más integrista del recién estrenado imperio confesional.
Solo tímidas protestas siguieron a aquel progrom contra los judíos.
Los cadáveres yacían en grupos y a pesar de la evidencia, nadie metió bulla salvo aquellos levantiscos energúmenos nestorianos que negaron su deleznable comportamiento y amenazaron con quemar a la mismísima emperatriz.
A grandes voces propalaban por toda la ciudad "LA CRUZ HA VENCIDO" y se regocijaban de que la ira de Dios se hubiera abatido de modo sorpresivo sobre esa nueva Babilonia.

El abad temía lo peor y le inquietaba una ausencia que duraba ya más de 7 días; debían estar lejos porque eran tiempos en los que la santidad enorme en los monasterios se medía por el intervalo trascurrido para que el agua llegara del odre al cuerpo.
De la santidad de Barsauma, que ya apuntaba maneras de Obispo, nadie dudaba y no había constancia olfatoria de su cercanía.

Nestorio (Patriarca de Constantinopla) y Cirilo (de Alejandría) estaban sedientos de poder y urdían tretas para hacerse con la hegemonía. Cirilo y su sucesor Dióscuro tenían aterrorizados a los Padres de la Iglesia con sus huestes de monjes malolientes.
Teodosio II les había convocado a todos en Éfeso por enésima vez, sin garantías de poder intervenir y con luengas prevenciones.

El abad Alex tenía, pues, buenas razones para estar preocupado en ese ambiente poco tranquilizador. Lo ocurrido allí dio materia para que un Papa León llamara a aquel "Concilium de Éfeso" el "Latrocinium de Ëfeso". Es decir, nada que ver con que si Cristo tenía una naturaleza solamente (monofisita) o si tenía dos (la divina y la humana)., que era el tema oficial.

Años despué Barsauma sería canonizado por la Iglesia Cristiana Siria.

Mi cuñado no estaba al tanto de algunos de estos detalles, pero a sus alumnos trataba de alejarlos de la ignorancia pronosticándoles un futuro de "Barsuma" (no le gustan los diptongos).
Y ¿quien es Barsuma?. ... Un monje ignorante y feroz, hijo mío, un monje ignorante y feroz...
Y el discípulo así se ponía a estudiar con redoblado ahínco.

A mi cuñado Jesús. Que fue profesor en Tordesillas

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